El ‘delete’ y el ‘deleatur’

Hoy es el Día Internacional del Corrector de Textos, así que felicitamos a todos los que os dedicáis a esta incomprendida labor y, de paso, nos felicitamos también a nosotros mismos, que falta nos hace.

signo de suprimir

Hemos ilustrado y titulado este post con el símbolo que más utilizamos los correctores: el deleatur, una palabra latina que no figura en el diccionario de la RAE y que por eso ponemos en cursiva, pero que podemos castellanizar en «deleátur», con el permiso de la Academia.

Nos gusta este símbolo que nos distingue como correctores y que utilizamos para indicar a la imprenta que algo debe suprimirse, aunque la mayoría ni siquiera conoce su nombre y lo denomina «el símbolo de suprimir».

En estos tiempos de uso y abuso de anglicismos todo el mundo conoce la palabra delete, incluso muchos exclaman cosas como «¡Dale al delete!» o valoran que tal programa «deletea automáticamente los datos». Sin embargo, muchísimas personas (incluidos correctores) ignoran que en latín existe la palabra madre deleatur, cuyo significado es borrar, tachar, destruir, aniquilar; o sea, como delete en inglés y como indica el deleátur en la corrección de textos.

Las paradojas del corrector de textos

El Día Internacional del Corrector de Textos fue instaurado por primera vez en 2006 por la Fundación Litterae de Argentina, y se celebra el 27 de octubre porque coincide con el día en que nació el pensador y divulgador humanista Erasmo de Rotterdam. O no. Se ignora si Erasmo vino al mundo el 26 o el 27, y no se sabe de qué año. Lo cual, aunque probablemente no haya sido deliberado, viene al pelo para conmemorar la labor de los correctores de textos que somos quienes debemos dudar de todo.

Por un lado, se supone que sabemos verificar los textos que confían a nuestro criterio, eliminar fallos, corregir errores, detectar imprecisiones; por otro, casi nunca estamos seguros de nada. Y mejor que sea así. Nuestro consejo a la hora de diferenciar a un buen corrector de uno malo es: desconfiad de quien no consulta permanentemente diccionarios, gramáticas, ortografías y enciclopedias; el que parece saberlo todo rara vez resulta un buen corrector.

Otra paradoja de nuestro trabajo es que solo se nota cuando lo hacemos mal. El lector no percibe si el original que nos dieron era un texto atroz plagado de meteduras de pata: si el resultado final está bien, parecerá que el autor lo escribió bien. Por el contrario, si se nos escapa un solo gazapo, el corrector ortotipográfico o de estilo será el responsable, por más que haya enmendado cientos de desatinos en una sola página.

Búsqueda y captura de errores

Se ha celebrado en Madrid el Tercer Congreso Internacional de Correctores de Texto en Español (3CICTE), los días 24, 25 y 26 de octubre, en la Casa del Lector, una institución que nos gusta especialmente. Y hoy la Unión de Correctores anima a que la gente participe buscando erratas y errores por las calles. No es difícil. Nosotros tenemos lista de espera en nuestro Facebook para incluir las que nos envían los seguidores y las que detectamos cada vez que leemos un periódico, cuando entramos en una web, miramos un anuncio o comprobamos el nombre de una calle.

La era de los correctores automáticos de textos es también la era en la que más escribimos y leemos. La informática nunca podrá sustituir a un corrector profesional, que conoce la complejidad de nuestra lengua, que pone en duda todo lo que lee, que sabe las reglas de su oficio.

En fin, que larga vida al deleátur y a los correctores de textos. Los correctores somos necesarios.

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